
Cuando era niño, vivíamos en Chicago y viajábamos a México cada año. Íbamos mi mamá, mi hermano Daniel y yo. Una vez que fuimos, mi mamá estaba embarazada. Todo mundo le decía que no fuera a México hasta después del parto. Como mi mamá era muy cabezona, nos fuimos a México de todos modos. Pues, mi hermanito Diego nació en Celaya, Guanajuato, en la casa de mi tía. La próxima vez que mi mamá se embarazó, nos quedamos en Chicago y mi hermano Ricardo nació en nuestro apartamento.
Cuando yo tenía doce años y ya todos asistíamos a la escuela, yo, por ser el mayor, cuidaba a mis hermanitos mientras nuestros padres trabajaban. Los vestía para la escuela, los acompañaba a la escuela y los acompañaba a casa después de la escuela. Siempre jugábamos juntos y a veces nos peleábamos como suelen hacer los hermanos. A Diego le daba tanto orgullo de ser mexicano de 100% por haber nacido en México. Siempre nos decía, «Yo nací en México. ¡Yo soy mexicano! ¡Ustedes no son mexicanos como yo!». Según él, Daniel, Ricardo y yo éramos gringos por haber nacido en los Estados Unidos. Diego siempre decía «¡Yo nací en México!» con mucho orgullo.
Pues, cuando volvíamos a casa después de clase, no siempre íbamos directamente a casa. A veces cada uno iba con su amigo y luego nos encontrábamos en casa antes de que llegara mi mamá del trabajo. Pero una vez, no llegó Diego para la hora fijada. Me puse nervioso porque sabía que mi mamá me daría una paliza por haber perdido a mi hermanito. Lo fui a buscar por todo el barrio, pero no lo encontré. Cuando mi mamá llegó, me preguntó, «¿Ya están todos?». Le mentí y le dije que sí en una voz muy tímida. Mi mamá se dio cuenta de que alguien faltaba. «¿Dónde está Diego?» me preguntó. «No sé» le dije esperando una paliza.
Mi mamá nos abrigó y salimos en el coche para buscar a Diego. No lo encontramos. Volvimos a casa y mi mamá hizo varias llamadas a parientes, vecinos y chismosas. Nadie sabía dónde estaba mi hermanito. De repente, vimos por la ventana que se estacionaba un coche grande y negro frente de la casa. Salieron dos hombres de traje negro con mi hermanito. Resulta que Diego volvía a casa solo después de visitar a un amigo cuando los oficiales de la migra lo vieron. Le preguntaron, «¿Dónde naciste?», y mi hermanito naturalmente contestó con mucho orgullo, «¡Yo nací en México!» y se lo llevaron. Después de varias horas, lo trajeron a nuestra casa y mi mamá les enseñó documentos para comprobar que Diego estaba en los Estados Unidos legalmente. Luego mi mamá regañó a Diego y le dijo, «¡Ya no le digas a nadie que naciste en México!». Me salvé de una paliza por el susto que sufrió mi mamá. Hasta hoy en día, mi hermano nunca le dice a nadie que nació en México.